La historia de Itzcóatl

La historia de Itzcóatl

Hace mucho tiempo, cuando los hombres aún hablaban con los jaguares y las montañas respondían al corazón, vivía un joven aprendiz de curandero llamado Itzcóatl. Aunque había nacido con el don de ver y sanar los corazones ajenos, no podía ver el suyo.

Buscaba constantemente atención, se hería con palabras que no se decían, soñaba a su propio cuerpo, y sufría porque creía que nadie lo amaba.

Un día, cansado de su propio dolor, subió al monte del Silencio a suplicarle al gran Nahual el espíritu guardián que custodiaba los secretos del amor verdadero que lo liberara de su sufrimiento.

El Nahual se le apareció en forma de serpiente emplumada y le dijo:

—Tú no sufres por falta de amor, sino por exceso de expectativas. No quieres amor, quieres atención, y eso es hambre del ego, no alimento del alma.

Itzcóatl, indignado, gritó:

—¡Pero todos me hacen daño, todos me rechazan! ¿No merezco ser amado ?

La serpiente lo miró con compasión y le respondió:

—Entonces baja del monte y busca a aquellos que más odias. Aquellos que te abandonaron, te hirieron o te traicionaron. Ellos llevan una flor sagrada para ti. Pero no la verás con los ojos de víctima. Solo la encontrarás si aprendes a mirar con el corazón limpio.

El joven bajó y durante muchos soles caminó entre enemigos. Lo rechazaron, lo insultaron, lo ignoraron. Pero cada vez que su herida se abría, él recordaba: “No son mis enemigos, son mis espejos”.

Y un día, frente al hombre que más lo había humillado y mas daño le había causado, al observarlo directamente a los ojos en la profundidad de su ser no sintió odio… sino compasión. Al ver el miedo del otro y las heridas del otro, su propia herida reflejada y como el se estaba convirtiendo en lo que más odiaba. Y sin saber por qué, sonrió. Fue entonces que la sonrisa apareció en  su rostro: la sonrisa del Espejo en el tonal, que sólo es verdadera cuando el amor deja de pedir y empieza a comprender al senti-cierto del nahual.

Volvió al monte con la sonrisa y el Nahual le dijo:

—Ahora lo sabes: el verdadero amor no necesita atención. El verdadero amor ve incluso en el odio un llamado a despertar. Quien más te hiere, te revela dónde aún no te has amado.

Desde entonces, Itzcóatl se volvió un maestro del corazón. No porque todos lo amaran, sino porque ya no necesitaba ser amado para amar.

Y ya no pedía permiso para amar.

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